La rabia en todas sus facetas atravesó durante mucho tiempo a la cineasta Lillah Halla (Brasil, 1981). Sin embargo, en Levante, su primer largometraje, logró que un luminoso rayo de rebeldía se impusiera ante la ira.
La historia de Levante parte de Sofia (Ayomi Domenica Dias), una joven promesa del voleibol, que a sus 17 años se enfrenta a un embarazo no deseado en un contexto social atravesado por el oscurantismo y la criminalización de las mujeres que optan por interrumpir la gestación.
Para la realización de Levante, filme que se estrenó mundialmente en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, la cineasta brasilera formada en la Escuela Internacional de Cine y TV de Cuba y su coguionista, la venezolana María Elena Morán, se sumergieron durante siete años en una profunda investigación con la idea fija de que se trataba de un tema urgente. Mientras ponían sobre papel los posibles escenarios de la ficción, la realidad las rebasó una y otra vez. En esta historia la amenaza (y el ejecutor de la violencia) no es la policía ni el gobierno, sino los grupos religiosos pro vida.
Sofía no está sola. Entre sus compañeras de equipo, compuesto por personas de género fluido, existe una amistad inquebrantable, de apoyo mutuo, de tener muy presente su lema: “si te caes, te levantas”. En el voleibol ‘levantada o levantamiento’ se refiere a una jugada rápida para bloquear, para dinamizar el juego, como también es el preámbulo de un remate. El Levante de Lillah Halla remite pues al alzamiento colectivo, a la unión de fuerzas, a la sororidad.
Desde la rabia
Yo soy una persona de mucha rabia, furiosa (se ríe). Mi corto anterior (Menarca, sobre la violencia a la que están destinadas las mujeres) nació de una furia intensa, cosa que se ve, se escucha, es una película súper gritada. Para Levanteestuvimos escribiendo también desde la rabia, pasamos por el golpe de 2016, la elección de (Jair) Bolsonaro de 2018, las políticas de linchamiento de principio de 2019, viviendo situaciones de violencia y hacia las cuales sentíamos mucha ira.
Para mí, algo muy personal cambió en los que llamo años ‘pandemónicos’, entre Bolsonaro y la pandemia, que fue la destrucción de cualquier movida de esperanza, de la cultura, de todo lo que se estaba construyendo en Brasil. Me di cuenta de que el miedo, ¡ni siquiera la rabia!, estaba paralizando toda posibilidad de cambio. Se instauró la tristeza. Por eso Brasil se ha deprimido, las personas están paralizadas en una situación absolutamente letárgica de no tener salida.
Levante bebe de ese contexto, pero plantea que no se hacen ‘levantes’ solos, además la alegría es una herramienta de poder. Este proceso fue sucediendo a lo largo de estos años y, en simultáneo, la única manera de seguir inmersa en temas tan difíciles como los que trato en Levante era buscando la luz, la rebeldía, la alegría y la organización colectiva. Como dice Emma Goldman: “Si no puedo bailar, no es mi revolución”.
Si te caes, te levantas
Es una frase de Maya Angelou y que nos ha inspirado mucho en este proceso. Siete años es mucho tiempo. Tú cambias, tu país cambia, la historia cambia, también cambia la manera como miras la historia que estás escribiendo y viviendo en tu cabeza mil veces, haciendo y rehaciendo esa película, aunque la esencia y los huesos siempre han sido los mismos. Hemos trabajado al menos 500 personas en esta película y hoy puedo decir que no es fácil tirar cosas a la basura, reinventar, hacer que la película respire.
El aborto en Brasil
El aborto siempre ha sido perseguido en Brasil, pero en especial en los últimos seis años se ha convertido en una verdadera cacería de brujas; es una situación extremadamente seria, por supuesto con un sesgo inmenso de clase y raza. Con Bolsonaro entramos en un período medieval en relación a las políticas de salud, de cultura y de existencia con leyes que no están para proteger vidas sino para defender intereses específicos. Actualmente las muertes por intentos clandestinos de interrupción de embarazo son la cuarta mayor causa de muerte de mujeres y personas con útero en Brasil.
Apostar por un levantamiento colectivo
Me alegra que en los últimos años en distintos países hayan salido tantas películas sobre embarazos indeseados, lidiando con diferentes épocas y sus peculiaridades. Pero se suelen plantear desde una perspectiva muy solitaria de esa persona y su crisis, su dilema, su tragedia. La estructura clásica de una historia se propone desde la individualidad, el individual recorrido de un héroe o heroína, además nuestra sociedad fomenta esa perspectiva.
Con la paralización forzada de nuestra producción a causa de la pandemia y también por el congelamiento de todas las producciones culturales de Brasil durante todos estos años, para nosotras se fue haciendo más evidente la importancia de que este tema no fuera tratado desde una perspectiva individual porque no lo es; no lo es en la manera de cómo invade la vida de Sofía, le dictan reglas y le quitan agencia.
Entonces tuvimos que reescribir la historia, incluyendo el levante, esa rebelión que tampoco fue algo que nació en el primer día del proyecto, ya que nos vino a través de la porosidad de nuestro proceso y por no tener miedo a reinventarnos, a mirarnos a nosotras mismas en el momento político. Fue en sí todo un proceso llegar hasta allí.
Además, en Levante las historias se retroalimentan y hay una confusión que ha surgido y que me gusta mucho, y es que la gente siempre pregunta quién es la o el coprotagonista, si es el padre, si es la entrenadora del equipo o la amiga de Sofía. Precisamente allí también está lo colectivo, porque son todas y no es nadie a la vez.
El sentimiento colectivo en el gremio de cineastas
Creo que no hemos llegado a ese sentimiento. Ese tema es parte de mi terapia todas las semanas (se ríe) Participo en colectivos de directoras, en acciones y actividades, lo que pasa es que una cosa es intentar generar espacios feministas de trabajo, o sea, donde haya espacios seguros que, aunque con jerarquía, haya posibilidad de colaboración, de poder decir un ‘no sé’ y de poder descubrir en el proceso.
La posición de dirección es el patriarcado puro en su forma más absoluta. Que se ponga el foco en una sola persona que lleva toda la carga creativa es una concepción que no es para mí. Concibo el cine como un proceso colectivo, y la del director es una posición perversa y peligrosa.
Agitar estructuras
Si por un lado sobresales con eso de ‘una película de Lillah Halla’, por el otro lado implica soledad, por eso creo que no hay una organización, no hay una vulneración suficiente de las personas que están en la posición de dirección. Claro que existen excepciones, pero yo creo que la propia estructura que se genera alrededor de la posición de dirección lo hace más difícil, lo hace más competitivo.
Mi organización de directoras en Brasil (Vermelha, colectivo cinematográfico para mujeres y cineastas queer, del que es cofundadora) es un grupo a través del cual creamos debates. Para mí generar un colectivo de directores es poder hablar de verdad de lo que nos pasa, de los miedos que nos tocan y de cómo protegerse y organizarse. Eso es una cosa que han logrado las directoras de fotografía, las directoras de arte. Las directoras están intentando lograrlo, pero todavía no hay una base, no hay una sindicalización, no hay reglamentación del trabajo de dirección como existe en otras esferas.
El dilema de ser directora
Al pasar por situaciones muy específicas como una mujer en posición de dirección, te cuestionas muchas cosas, pero no quiere decir que vayas a lograr o que estés lista para enfrentar de verdad lo que significa conformar un set feminista.
No es suficiente llenar los espacios con mujeres, eso no basta. Hay aliados que son no binarios, que son masculinos o de otra generación, y es que la cuestión no es sólo de género, es estructural, y la posición específica de dirección me parece como una de las más difíciles de romper. Para bien y para mal la estructura está creada alrededor de la posición de dirección, cosa que me parece muy dañina. Como directora estás atravesada por muchas cuestiones que son muy patriarcales, que son muy problemáticas, que no son de pensamiento colectivo.
Además, ser directora te sitúa a mitad de un camino en el cual no eres dueña de la película, pero tampoco eres empleada. Es muy complejo en muchos sentidos, desde lo laboral a lo emocional, por eso hay que generar un espacio en el que todo eso se gestione para protegerte, y eso precisamente es sindicalización, es organización. Yo creo que tenemos mucho para hablar e intercambiar, pero para ello las heridas tienen que estar visibles.
Filmografía
Cortometrajes
Vargem (2018)
Menarca (2020)
When Ich nicht tanzen kann (2021)
Largometrajes
Levante (2023)
Flehmen (en desarrollo)
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